DIARIO DE UN REFUGIADO EN NAVIDAD:
Aquella mañana amaneció nublada,
parecía que iba a comenzar a llover, era el 14 de diciembre de 2014. Hacía frío
pero teníamos que comenzar a andar lo más pronto posible. Nos despertamos a las
7:30, en el refugio de Bucarest, en la cabaña número 11. Seguimos el sendero de
los refugiados hasta llegar a una parada de tren rumbo a Eslovaquia. Nos
montamos. El tren tardó mucho en llegar, unos tres días.
Hoy es día 17. Se acercan las
navidades y desgraciadamente ya solo tengo a mi hija María a mi lado. Mi nombre
es Shalma, salí de Siria con mis cinco hijos y mi marido hace ocho meses. Tuvimos
que salir de allí porque cerca de mi casa pusieron bombas, y mi ciudad (Damasco)
está destruida por la guerra. Ellos no han conseguido llegar hasta Eslovaquia,
dos de ellos cayeron de la barca y se ahogaron, los otros dos se murieron de
hambre, y mi marido no consiguió entrar en el refugio porque había mucha gente,
se quedó a las puertas.
Hace mucho frío, mi abrigo lo perdí. Y
en los refugios no tienen. Por lo menos tengo comida, bebida y a mi hija. Ayer
paseamos por Bratislava, asomándonos de casa en casa viendo a esas felices
familias como colocan el árbol de navidad, dándose abrazos y cariño y tan felices.
Ojalá nosotros estuviéramos así, me decía mi hija. Nos volvimos al refugio y
dormimos. Mañana iba a ser un día muy largo y cansado.
Hoy vamos a ir a Berlín, es nuestro
destino final, vamos allí con la ilusión de comenzar una nueva vida.
Ya estamos en el tren. Hay mucha gente
y hace calor. En Berlín tengo dos amigos, me dijeron que nos podrían acoger
unos días. Pero al llegar a su casa, no se acordaban de mi cara, decían que era
una impostora y nos dejaron a mí y a mi hija en la calle, de nuevo estábamos
vagando por la calle. Me coloqué en la puerta de Brandemburgo conseguí 18
Euros, fuimos a un McDonald’s. Comimos por fin, hacía días que no comíamos
nada.
En el McDonald’s conocí a un señor que
nos invitó a su casa a pasar las navidades.
En su casa vivía también otro
refugiado sirio, pero no nos pudo presentar porque el otro refugiado había ido
a comprar la carne para la cena, era el 24 de diciembre. Ya estábamos sentados
en la mesa, llamaron a la puerta, era el refugiado, tenía muchas ganas de
conocerle, quizás fuera alguien conocido. Abrió la puerta y pasó, se sentó en
la mesa y cuando levanté la vista era él, mi marido, estaba allí, sentado en
frente mía. Nunca pensé que nos fuésemos a encontrar, nos levantamos a la vez,
mi hija, mi marido y yo, nos dimos un abrazo y seguimos con la cena, con un par
de lágrimas de por medio y continuamente dando las gracias al alemán que nos
acogió en su casa.
Y este ha sido el mejor regalo de
navidad de mi vida.
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